Ganas de primavera

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Un buen día nos despertamos y algo ha cambiado. No sabríamos describirlo con precisión, porque a efectos prácticos es muy poco, o nada, lo que resulta diferente respecto a los días que quedan atrás: la escarcha sigue empañando los cristales por la mañana; las noches son largas y afiladas como puñales y nos mantienen en casa cerca de la estufa; los árboles lucen sin pudor su desnudez y en el cielo distinguimos tan sólo, decididos y solitarios, los pájaros del frío. Seguimos, además, manteniendo nuestros rituales invernales con total convencimiento: nos acostamos temprano y nos levantamos tarde, bebemos numerosas tazas de té muy caliente, evitamos los viajes.

Pero una mañana nos levantamos y algo es distinto: sentimos el deleite de caminar bajo el sol, el cuerpo nos parece liviano, el aire huele distinto y nuestros pies se mueven con impaciencia, deseosos de salir corriendo. Queremos estar guapas a toda costa y el trabajo nos interesa poco. Enseguida identificamos en nosotras las señales inequívocas de la primavera, y es extraño porque sabemos de sobra que la primavera aún no ha llegado, que queda lejos y que es probable que tarde todavía varias semanas, meses incluso, en aparecer. Todavía llegarán melancólicas jornadas de lluvia y nos envolveremos en la bufanda resoplando; todavía abrigaremos a nuestros hijos o a los hijos de nuestros amigos cuando vayamos con ellos por la calle, y encenderemos los radiadores y nos refugiaremos en el sofá bajo la manta de lana auténtica que compramos en Portugal. Pero aunque lo sabemos, o precisamente porque lo sabemos, no podemos evitar este sentimiento que nos nace un día de improviso, como una semilla brotada de forma prematura. La primavera comienza a abrirse paso en nuestra piel, y eso nos alborota y nos aterroriza.

Cuando éramos más jóvenes solíamos enamorarnos cada primavera. Olvidábamos todos los agravios. Desatendíamos nuestras obligaciones. Ahora todas esas cosas nos resultan muy complicadas: queremos enamorarnos y no encontramos de quién; los hombres que nos rodean se enamoraron hace tiempo de otras mujeres, armaron familias, o bien se fueron a vivir lejos de la ciudad; la lista de agravios se ha hecho larga y nos ha vuelto resentidas y tímidas con el mundo; las obligaciones nos parecen irrenunciables. Llega la primavera, o sentimos que llega, o quisiéramos que llegara, y nos encuentra muertas de ganas pero con el corazón mal dispuesto, como si hubiéramos olvidado lo que significa vivir. Tenemos los mismos sueños pero nos cuesta confiar como antes. La primavera tiene ahora, para nosotras, una medida corta.

Y así, aunque nos alegra, cómo negarlo, le guardamos sin quererlo un rencor profundo por no saber qué hacer de todo eso que se nos viene a las manos de improviso. Tememos el brote insaciable de esa semilla que llega demasiado pronto, para nadie, y a ratos caminamos con furia por las calles, hasta agotarnos, con la esperanza de que se agote así nuestra furia y nuestro desaliento y podamos volver a mirar el mundo con calma. En esas ocasiones, el viento de la montaña nos muerde con delicadeza la mejilla y rezamos para no encontrar a ningún conocido al que tener que dar explicaciones sobre el estado lamentable en el que nos movemos. A nuestro paso estamos seguras de que los pájaros cantan distinto, como si compartieran nuestro secreto, y apretamos los puños tragándonos el desconcierto. Sonámbulas, vamos buscando las tapias en las que reverbera el sol, los jardines, la ciudad que atardece desde lo alto de una colina. Acudimos allí donde quede un almendro en flor, en cualquier plaza o en un campo abandonado, y lo admiramos largamente con los ojos desvelados sabiendo que en pocos días será un árbol distinto. A sus pies, las manos enrojecidas por la caminata, enterramos con una plegaria nuestra interminable lista de agravios.


2 respuestas a “Ganas de primavera

  1. Tremendo testimonio de haber vivido muchas primaveras y haber crecido mucho (con lo que duele eso). Me ha encantado tanta sensación física que comparto. Enhorabuena.

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  2. Gracias, Mª José, por la lectura y por compartir impresiones. Las primaveras nos despiertan de algún modo, nos duelen a veces y nos hacen crecer, siempre. Creo que eso es lo más importante, lo que podemos aprender de esas sensaciones. Un abrazo!

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