I. Encuentro
Se encuentran en la época en la que el tacto y la palabra son todavía inocentes, para descubrir con asombro que también pueden resultar demoledores. En el tacto hay una grieta que, imprudentemente, creían haber olvidado. En la palabra reside el fuego necesario para el equívoco. Como llegar a puerto después de una larga travesía, y que el puerto sea pequeño y brille bajo la luz de la luna.
II. Insomnio
En toda buena historia de amor hay obstáculos que parecen insalvables. Hacer como que se renuncia a la propia historia es sólo un primer paso para poder avanzar. Así, ellos aprenden el arte delicado de ignorarse para luego ir tejiendo, a solas, los oscuros argumentos de su desconcierto. Lo que todavía sigue siendo nada va creciendo cada noche en sus corazones.
III. Idilio
Un día cae el telón. Han salido a pasear con cualquier pretexto increíble y se descubren con los ojos clavados en los ojos, las manos febriles. Ni siquiera intentan ocultarlo. Les parece tan natural que se asustan, pero aun con el miedo en el rostro no son capaces de esconder la alegría. Los idilios siempre son de una belleza feroz.
IV. Ocultación
Responden a un viejo ritual que ninguno de los dos entiende: ocultan y se ocultan. Tanta verdad los abruma. Se rehúyen; se buscan. A veces tienen citas despiadadas y hermosas en las que él le canta al oído mientras hunde la nariz en su pelo. Ella comienza a sentirse como una delincuente y busca formas de redención. No las encuentra.
V. Desconfianza
No es difícil imaginar que en algún momento los velos caen, desnudándoles los ojos. Al comenzar a saber quiénes son, dejan de reconocerse. La historia se desploma con dolorosa facilidad. Siguen citándose de vez en cuando en lugares solitarios, pero se han convertido en enemigos. Se vigilan.
VI. Final ya conocido
En algún momento, no se sabe cuándo, el deseo que atesoran se vuelve demasiado pesado para tenerlo tan cerca. La desconfianza mutua y la inseguridad propia hacen el resto.
Epílogo
Continúan, sin embargo, encontrándose por casualidad en casas de amigos comunes, donde se saludan con cordialidad, hablan de trabajo y se besan en las mejillas. No tienen motivo alguno para odiarse, pero se esconden la mirada. Añoran y se avergüenzan de aquel tiempo en que descubrieron que hasta los abrazos más inocentes disponen de grietas por las que se escapa la vida.